En todas épocas, los profetas han sido considerados como perturbado-
res. Sus críticas de las condiciones reinantes, sus actuaciones y sus profecías
molestaban a la gente y les parecían productos improbables salidos de su
fantasía. Se rieron de Noah, expulsaron a Amos de su país, y a Jeremías
le encarcelaron. Pero poco tiempo después las catástrofes presagiadas por
los profetas a sus respectivos pueblos, se desencadenaron con toda su fuer-
za sobre los incrédulos.
También hoy en día, los avisos insistentes del Señor, así como la oferta
de la doctrina pura, encontrarán diferente aceptación. A pesar de todas las
pruebas convincentes, muchos no querrán aceptar como verdad el hecho
de que existe un carisma sobrenatural y que el profeta Jakob Lorber habla
por orden de Dios. Las experiencias demuestran que no se debe sobrevalo-
rar el éxito de las advertencias de los profetas. De Lorber se dijo: «Muchos
o harán caso de éstas (las catástrofes, el autor), las atribuirán a las fuerzas
,e la naturaleza, y llamarán embusteros a los profetas». (Gr VI 174, 6).
a Nueva Revelación no deja lugar a duda de que «Los Juanes de hoy
ncontrarán oídos sordos, como antaño». (Pr 24).
No es fácil apartar una sociedad entregada al materialismo y al
tjedonismo' del camino emprendido. La intelectualidad no tiene órgano re-
cfptor para lo trascendente y no puede ver el aviso de Dios en las catástro-
fas que están ocurriendo. Quien degrade la vida a un mecanismo racional
y se separe de las bases y relaciones de la existencia, ha de encontrarse nece-
sariamente en un vacío existencial, convencido de la falta de todo sentido
en la vida. Por esto buscan las distracciones y la superficialidad del consu-
mo materialista que nos viene desde más allá del océano, atrae a las masas
incrédulas. Pero les queda el vacío y el miedo interior. Si se consideran co-
mo prognóstico las siguientes manifestaciones de Lorber, quedan pocas espe-
ranzas para un progreso hacia la razón:
«A quien el mundo haya capturado una vez, difícilmente se liberará de
su poder.» (Gr VIII 166, 15). «Una vez la corriente se haya vuelto fuerte
y convertido en río, es demasiado tarde para encauzarla o frenarla en su
camino.» «Por más claras que sean sus visiones (del vidente, el autor), nada
puede hacer, si la masa es ciega y sorda.» (EM 66).
La fuerza normativa de lo fáctico no hace esperar un cambio funda-
mental, o sea, de una salida de la corriente de una ideología del éxito y
del bienestar. Nadie puede, como lo dice el Evangelio y como lo subraya
la Nueva Revelación, «servir al mundo y al Mamon, y al mismo tiempo
a Dios en su reino vivo, esto es imposible». (Gr VIII 77, 14).
* Hedonismo = considera el placer como único fin de la vida humana.
Aún no ha llegado el tiempo, cuando todos comprenderán el significado
de todas las desgracias que ocurren a la humanidad.
Nunca los pueblos en las épocas finales de altas culturas pudieron com-
prender lo que sucedía a su alrededor; tampoco entendieron que la infla-
ción en sus exigencias materiales llevaría al final de una cultura.
A la caída del Imperio Romano le precedió una inflación en las exigen-
cias y una inflación monetaria. En el año 301 (d.C.), el emperador Diocle-
ciano ordenó un paro en el aumento de los sueldos y de los precios, orden ~
que fracasó, al igual como estas mismas medidas promovidas por los Esta
dos Unidos y algunos estados europeos, hace pocos años. Diocleciano se I
lamentó: «¡La avaricia domina en todo el mundo!» ¡CÓmo se parecen las
situaciones! También entonces, antes de la caída, dominaba el más frío ins-Í
tinto de las ganancias, y los hombres se vieron aprisionados por sus pro-
pias exigencias.
Algunos se consolarán ahora, pensando que la vida va a seguir también
después de las grandes catástrofes. Demuestran así su falta de conocimier~r
tos históricos. La vida seguirá -desde luego-, pero uno se pregunta: ¿Cc`r
mo? En tiempos del emperador romano Constantín (siglo m), Roma cod-
taba con un millón y medio de habitantes. Después de la caída del Imperio
Romano, en el siglo m, vivían en la región unas cuarenta mil personas y
en la Edad Media, Roma se había convertido en un pueblo, en el fórum
pastaban las cabras. Una vez que los pueblos germánicos habían salido de
sus selvas, inundando el Imperio Romano en plena decadencia, tuvieron
que pasar quinientos años hasta el resurgimiento de pequeñas ciudades y
algunos siglos más, hasta que la construcción de catedrales significó una
nueva cultura. «Quién hubiera creído», escribió el padre de la Iglesia, Jeró-
nimo (muerto en 420), «que Roma, erigida sobre todos los tesoros del mun-
do, acabaría cayendo».
También para nuestro tiempo -como lo demuestran las explicaciones
acerca de las catástrofes que se avecinan- está escrito el «menetekel». Po-
cos se dan cuenta de lo que ha de ocurrir a la humanidad dentro de un
corto espacio de tiempo.
Habría que escuchar la advertencia que hace el eminente científico Carl
Friedrich von Weizsäcker, basándose en sus conocimientos: «Yo personal-
mente, creo que el aumento de la crítica, que se hace a nuestro
mundo tecnócrata, representa en sí el preaviso de una crisis profunda, de
catástrofes. Es imperdonable si no escuchamos a Casandra, ni a Jeremías».
Tampoco se deben hacer oídos sordos a los mensajes de Fátima, del
año 1917, con respecto a los tiempos finales, mensajes que encuentran bas-
tante atención dentro de la Iglesia Católica. En su visita a Fulda, el papa
Juan Pablo II se refirió a estos mensajes y las inmensas catástrofes venide-
ras, hablando en un círculo muy íntimo, según la revista católica Stimme
des Glaubens 10/ 1981. Según estas referencias, «los océanos sumergirán con-
tinentes enteros, y millones de hombres serán llamados a la otra vida en
breves momentos».
En el año 1973, el obispo Dr. Rudolf Graber, de Ratisbona, declaró
en una conferencia en Friburgo, delante de numerosos obispos, «que Fáti-
ma constituye la gran señal escatológica dada por Dios a nuestro tiempo».
Cuando aumenten «las señales de las terribles catástrofes» (pág. 37),
todo comprenderán que el ~nal de los tiempos ha llegado. Es entonces cuando
muchos cambiarán su opinión, como nos lo dice la Nueva Revelación.
«Mi voz no se oye claramente dentro del alma humana, hasta que ésta
no haya sentido en su interior muchas experiencias penosas, apartándose
de lo superficial.» (Gr XI, pág. 151).
Habrá una miseria generalizada, indigencia y aflicción como nunca se
había conocido en !a tierra.» (Gr VIII 185, 2). «Entonces las malas condi-
ciones de la vida humana harán que muchos reflexionen.» (LGh, pág. 90).
«Desde ahora (tiempo de Jesús) hasta que esto ocurra en un gran juicio
pasarán apenas dos mil años.» (Gr VI 174, 7).
«Por la miseria convertiré en sobrios a los pueblos. Los arrancaré de
su obcecación que los hace buscar en la gula una meta. Les enseñaré -por
medio de sucesos desagradables, muy a pesar mío- lo efímero de los bie-
nes mundanos, del aprecio del mundo y les demostraré la permanencia de
los tesoros espirituales. Así sucederá al individuo, a los pueblos, a los go-
bernadores, y a los sacerdotes. A todos les demostraré, que hay Alguien
superior a todos que les deja hacer lo que quieran, pero Él solo sujeta en
Sus manos los hilos de todos los acontecimientos y todas las situaciones
y Él sabrá manejarlos para bien de toda la humanidad, así cómo para el
;~, bien de cada individuo.» (Pr 308).
«Yo, creador de todo el Universo, he de ver cómo Mis creaturas, desti-
nadas a la más alta dignidad espiritual, se equivocan de camino y no se
apresuran en encontrar el sendero espiritual, tal como corresponde a su des-
, cendeneia de alto linaje.» (Pr 220).
«Miles de personas han perdido el recto camino y se van hacia la tumba
prematuramente. Se van inmaduros y llegan al otro mundo sin haber ma-
durado. ¿Qué hay que hacer con éstos? Aquí no se pudieron quedar y allí
tampoco se encuentran a gusto. ¡Ay de vosotros que no conocéis el dolor
de estas almas que no encuentran su destino! No pueden volver al mundo
terrenal perdido y el espiritual no se ajusta a sus opiniones y su esencia.»
(Pr 110).
«Es imprescindible, por lo tanto, despertar a los hombres, sobre todo
en este tiempo, cuando se plantea el sentido de la vida de toda la humani-
dad, cuando la mayoría de los hombres vive sumergida en su afán munda-
no y egoísta, cuando ya no basta un leve toque con el índice para despertar
a los que estén hundidos en el fango del mundo, cuando se necesiten de
medios poderosos para extraerlos.» (Pr 309).
«Muchos se opondrán, pero hay que administrar la medicina y vaciar
el cáliz amargo, hasta apurarlo.» (Pr 309).
«Mis lamentos sobre el destino de Jerusalén se podían repetir hoy, pues-
to que la humanidad tampoco reconoce su misión, su meta como seres crea-
dos para esta vida y la futura.» (Pr 220).
«En todas partes hago prender la chispa de Mi luz celestial, en todas
partes suena la llamada del Padre: Convertíos, necios, escuchad la voz de
vuestro Padre celestial que os advierte, antes de que os sorprenda la gran
catástrofe, tal como ocurrió a Jerusalén y sus habitantes.» (Pr 222).
La Nueva Revelación dice a través de los profetas de nuestro tiempo,
y a los hombres, verdades amargas, dirigiendo sus amonestaciones hacia
aquellos que se han entregado al espíritu del tiempo. La Nueva Revelación,
que representa la apertura de los sellos más grandes que jamás se ha conoci-
do, contiene toda la historia de la creación y de la salvación y la auténtica
doctrina de Jesús. Caerá sobre las almas con la fuerza de unas cataratas.
Muchos quedarán desconcertados y sorprendidos y experimentarán una aber-
tura de su mente, para poder ver y comprender a la humanidad de los tiem-
pos finales, por así decirlo, desde afuera, o sea, «sub specie aeternitatis».
Para muchos hombres desconcertados que buscan la verdad, la auténti-
ca doctrina de Jesús que nos explica los secretos básicos del mundo y de
la vida, tal como nos lo transmitió el profeta Jakob Lorber, representará
una experiencia grata y excitante.
En cambio, para otros, la Nueva Revelación será --como lo ha sido
el Evangelio- un escándalo. «Dejad que hablen», dice el Señor a Lorber,
«que Mi antigua palabra (el Evangelio, el autor) y Mi nueva palabra (la
Nueva Revelación, el autor), sea para ellos una necedad». (Hi, pág. 9'T).
«Mi doctrina les arrancaría de su dulce vida mundana, lo que es lo más
sublime para ellos.» (Gr I 124, 4). «Mi doctrina exige renuncia de lo que
al hombre le parece lo más agradable.» (Pr 130).
«El reino de Dios se conquista con fuerza y grandes sacri~cios.»
(Gr VIII 16, 3).
«El hombre bueno y noble de verdad es modesto, mientras que el hom-
bre mundano, malo y obscuro nunca está satisfecho.» (Gr II 201, 7).
A través de toda la Nueva Revelación se extiende la advertencia a la
humanidad actual que la corta vida terrena es sólo una escuela de forma-
ción para una existencia más elevada, la vida eterna. Muchos son enfrenta-
dos con su imagen en el espejo. ¿Acaso los profetas han preguntado jamás
qué opina la masa o qué manifiestan los sacerdotes? No eran capaces cie
cuestionar nada de lo que decían o escribían, porque no fueron sus propiu,
pensamientos lo que expresaron. Jakob Lorber oyó: «Yo te digo, si tus pa-
labras encontraran buena acogida en el mundo, no serían palabras salidas
de Mí. El desprecio del mundo es el testimonio de que han surgido de Mí».
(Hi II, pág. 987. «Donde tú no puedes alterar nada a causa del libre albe-
drío y la libertad de reconocimiento, ahórrate tu esfuerzo y trabajo en el
futuro.» (Hi II, pág. 97). «Es harto difícil predicar a sordos y ciegos.» (Hi
I, 181). «No te preocupes (por éstos); los correccionales se extenderán am-
pliamente desde aquí hasta el Más Allá.» (Gr II 133, 6).
«Ya habrá lugar en el Más Allá donde su tozudez se fundirá como la
cera.» (Hi II, pág. 143).
Tanto en el Evangelio como en la Nueva Revelación vemos claramente
expresado que sólo una parte de la semilla sembrada caerá en tierra fértil.
De otra parte, se predice en la Nueva Revelación que a unos dos mil años
escasos desde la vida terrenal de Jesús habrá un despertar espiritual entre
los hombres «que se extenderá como una columna de fuego, de un extremo
al otro de la tierra» y «muchos millones serán abrasados». (Gr I 72, 3).
Surgirán nuevos impulsos espirituales -como lo demuestra la historia-
a veces con gran rapidez y fuerza irresistible. Muchos opinan que ya se da
el resurgimiento religioso fuera de las iglesias en decadencia. Según Jakob
Lorber no hay lugar a dudas «que no se pueda impedir la salida del sol espiri-
tual y eterno de la verdad» (la Nueva Revelación, el autor) (Gr VIII 46, 4).
«Mi obra verá la luz del día, como un gran imán que atraerá a todos.»
(Hi I, pág. 99).
Aumentará el número de los hombres que se darán cuenta de que la
dimensión perdida y el sentido de la vida se encuentran al llenar el vacío
religioso existente. Entonces cobrará validez lo que Jakob Lorber escuchó
por la Voz interior el día 27 de junio de 1841: «Yo te doy esto, para que
el mundo tenga una nueva piedra angular, que será causa de tropiezo para
muchos que no quieran seguir el camino señalado de la modestia, el altruis-
mo, la paciencia, la humildad y el amor total». (Hi I, pág. 390).